¿Qué dice la Ética sobre la Obsolescencia Programada?

Antes de plantearnos la obsolescencia programada como un problema, primero veamos cual es su causa y porqué existe.

Imagina que eres un fabricante de principios del siglo XIX, y que tus ingenieros han conseguido crear una bombilla que dura, por ejemplo, 150 años. Al principio, estarías feliz, porque tus bombillas se venderían como churros, lo que incrementaría tus ingresos. Pero, ¿qué ocurriría pasados, pongamos, dos o tres años desde su comercialización? La respuesta es sencilla: Que nadie las compraría y las ventas caerían en picado.

¿El motivo? Tu bombilla sería tan buena que nadie necesitaría comprar otra en más de un siglo. Es probable que, con el tiempo, tu idea, en un principio brillante, dejara de parecérselo. O quizás, incluso, que acabaras arrepintiéndote del logro conseguido, teniendo en cuenta que, a la larga, habría supuesto el fin de tu negocio. Pues eso es lo que les pasó a los fabricantes de bombillas.

Y así nace un dilema ético: por un lado tenemos que cada vez hay más basura y cada día se consumen más recursos por la fabricación de productos que se degraden, pero por el otro lado tenemos que sin consumo no hay producción, y sin producción no hay empleos.

Para la industria, esta actitud estimula positivamente la demanda al alentar a los consumidores a comprar nuevos productos de un modo artificialmente acelerado si desean seguir utilizándolos.


¿Hasta qué punto es ética la obsolescencia programada?

Por un lado los consumidores se sienten engañados y por otro lado los obreros se quedan sin trabajo al no poder producir si no se consumen más productos.

¿Cual sería una solución?

En los años 50 los ingenieros redefinían sus inventos para hacerlos obsolescentes y no se escondían por ello, más bien todo lo contrario; de hecho hoy en día todavía se enseña en la escuelas de diseño la obsolescencia programada como un requisito en el producto acabado.

Una fundación crea un sello para aquellas empresas que producen sin obsolescencia programada.

La solución es alinearnos con la sostenibilidad en todo lo que hacemos y replantear nuestro negocio en los parámetros de impacto 0 con el fin de garantizar que nuestra actividad sea beneficiosa o al menos no perjudicial para el medio ambiente. La reparación, la innovación de nuevos materiales y modelos productivos, o la evolución hacia servicios de otro valor añadido, son también modelos de negocio lucrativos e interesantes a tener en cuenta para las generaciones futuras.

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